¿Hemos trasladado el mismo patrón de consumo de la “fast fashion” a la ropa de segunda mano?
En los últimos años, la mirada hacia la ropa de segunda mano ha cambiado. Gracias a las redes sociales, comprar ropa usada o “vintage” ha ido más allá de ser solo una tendencia de consumo con estilo. Esta práctica se ha transformado en un estilo de vida o incluso en una “cultura”, especialmente entre los jóvenes, que la han adoptado como una forma de expresar su identidad y creatividad a través de la moda sostenible. Sin embargo, hay ciertos patrones que indican que, dentro del consumo de ropa de segunda mano, existe un consumismo disfrazado.
Actualmente, Barcelona se ha convertido en uno de los epicentros de la moda sostenible o la “cultura vintage” en España. Las calles del Raval, el Born o Gràcia están llenas de tiendas vintage, mercadillos y proyectos de intercambio. Lo que antes no tenía el mismo atractivo, ahora es una tendencia que representa una nueva manera de entender la moda a través del estilo y la conciencia ecológica.
A pesar de ello, detrás de esta apariencia sostenible se esconde una contradicción: ¿de verdad hemos dejado atrás el consumismo o simplemente lo hemos maquillado con la sostenibilidad?
Las aplicaciones de compraventa como Vinted, Wallapop o Depop han disparado el comercio de segunda mano entre los jóvenes españoles. Según un informe de la EAE Business School, “tres de cada cinco consumidores españoles (el 60%) ha comprado alguna vez ropa usada” en el último año. Pero muchas veces el motivo no es la sostenibilidad, sino el precio, la moda o el deseo de estrenar algo diferente cada semana.
El resultado es que el patrón de consumo apenas cambia: seguimos comprando impulsivamente, acumulando prendas y renovando el armario con la misma rapidez que en la “fast fashion”. Solo que ahora lo hacemos bajo la etiqueta de “eco” o “vintage”.
Una pasada edición del mercadillo Two Market: Todo a 1 €
En Barcelona, incluso los mercadillos alternativos, como el Two Market o el Flea Market, atraen a un público que compra por impulso más que por necesidad. La lógica del “comprar barato y mucho” sigue existiendo, aunque ahora tenga una apariencia más ética.
Cabe mencionar que algunas tiendas de segunda mano están aprovechando este auge subiendo sus precios o revendiendo ropa donada, lo que refleja dinámicas propias del consumo tradicional. Con ello se corre el riesgo de que la sostenibilidad se convierta en un factor secundario —precisamente uno de los motivos originales para optar por la segunda mano—. Ahora, con esta nueva tendencia, la sostenibilidad corre el peligro de transformarse en un nicho de negocio más que en un verdadero cambio de mentalidad.
La verdadera revolución, entonces, no está solo en dónde compramos, sino en cómo y por qué lo hacemos. Comprar de segunda mano puede ser, en efecto, un gesto sostenible, pero solo si va acompañado de un consumo más lento, consciente y responsable. Quizá la pregunta que deberíamos hacernos no es dónde encontrar la siguiente “joya”, sino qué necesitamos realmente y cuánto valor damos a lo que ya tenemos.