Javier Moscoso: “La gran batalla debe ser contra el dolor innecesario”

Javier Moscoso es profesor de Investigación de Historia y Filosofía en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Durante su trayectoria profesional ha destacado su participación en diferentes espacios académicos como el Wellcome Institute for the History of Medicine de Londres, fue Postdoctoral Fellow en el Max Planck Institute for the History of Science, en Berlin, y Fulbright Scholar en el Departamento de Historia de la Ciencia de la University de Harvard. Además, Javier Moscoso es autor de diferentes libros como Pain: A Cultural History (2012), Historia cultural del dolor (2011) y Historia del columpio (2021).

¿Cree usted que lo vivido en estos últimos tres años habrá significado algún cambio en el concepto visual de las enfermedades?

Sí, en muchos sentidos lo que se ha vivido en los últimos tres años ha sido muy parecido a lo que los antropólogos llaman un “ritual”. Pasó en los rituales de paso, cualquiera que sea una lectura de tesis es un ritual de paso, una circuncisión es un ritual de paso en cualquier ritual de paso.

Hay dos momentos muy importantes y que son inevitables. El primero es la separación de la normalidad, aparece un espacio y un tiempo que claramente se distingue de lo anterior, y luego hay un momento de reconciliación, de retornar a un mundo que ya no es: Ni podría ser el que era antes del momento inicial. Esto siempre sucede en cualquier forma. Sucede en un conflicto, sucede en algunas otras experiencias que no son dramáticas, desde el punto de vista digamos vivencial, como por ejemplo un viaje. 

Lo interesante de los rituales de paso y la pandemia lo ha sido, es lo que ocurre entre el antes y el después. Es en ese momento donde las normas están canceladas, donde El Mundo ha perdido su lógica, donde las jerarquías están claramente difuminadas, donde aparecen personas en en los medios de comunicación, vestidas de militares, diciendo que ahora todas las leyes han quedado suspendidas. Bueno, esto tiene dos implicaciones muy importantes y esto es pura antropología. La primera es que de repente las personas, todos nosotros. Nos sentimos parte de una única comunidad. Hay una comunidad de hermanamiento, no importa dónde uno viva, no importa donde uno se encuentre. La segunda implicación es la de ser un buen ciudadano, ser un buen enfermo o no, es decir, jugar bien los juegos de la pandemia.

Yo creo que todos hemos podido visualizar este escenario, ya que nos hemos sentido en el interior de de un ritual de paso que ha sido casi dos o tres años. Desde ese punto de vista, no solamente es que se haya producido una modificación en la visualización de una enfermedad, que por otra parte es muy poco visible, sino que se ha producido una visualización de nosotros mismos, nos hemos puesto frente a un espejo social para saber de dónde veníamos y a dónde queríamos ir.

 

¿Qué podríamos hacer los comunicadores y periodistas para conseguir la mejor explicación posible de estas expresiones complicadas, pero inherentes a la propia vida? 

Bueno, yo creo que habría que distinguir. No hay un único dolor, hay un dolor que es un dolor necesario, osea, la distinción. Siempre hay que pensar en términos de más de uno o más de dos, pero si tuviéramos que pensar en términos de más de dos, la primera distinción sería entre dolor crónico y dolor agudo; entre dolor quirúrgico y dolor de los órganos; entre dolor producido por las circunstancias, evitables o no. Es sobre todo en este en el que me gustaría detenerme.

Porque una cosa es el dolor del ruido de la vida, el dolor del sufrimiento inevitable y otra cosa es el dolor que podríamos considerar innecesario. La gran batalla es contra el dolor innecesario. ¿Pero claro, el problema usted me dirá y cualquiera preguntará, y cómo sabemos podemos distinguir el dolor necesario del innecesario? El dolor que no tiene ningún tipo de beneficio clínico es innecesario. El dolor que no genera más que un empeoramiento del Estado del bienestar de las personas, aun cuando este dolor sea de naturaleza hipocondríaca, por ejemplo, es innecesaria.El dolor ligado al sufrimiento mental es innecesario.

Hay otros Dolores, sin embargo, que son necesarios. El dolor que tiene que ver con con el esfuerzo, el dolor que tiene que ver con con los propios síntomas que nos indican que algo va mal, el dolor que de ninguna manera debe ser camuflado y que forma parte de lo que llamaba un de los fisiólogos más famosos del siglo XIX, el grito.

A la vida no se la puede dejar sin voz, pero es verdad que esa voz tiene que ser controlada. La batalla debe ser contra el dolor innecesario.

 

¿Por qué el ser humano prefiere combatir el dolor ajeno que el dolor propio? 

Vivimos en un mundo donde nos pasamos el día sentados, por así decirlo, al borde de un acantilado, disfrutando con el naufragio de los otros. Consumimos formas de dolor en los telediarios, en las películas… No nos importa en absoluto, sino que, al contrario, hay un cierto grado de deleite en la contemplación del dolor de los otros, y al mismo tiempo hay una cierta incapacidad para aceptar el dolor propio.

Esto ha hecho que vivamos en un mundo muy paradójico, donde estamos felices de ver el naufragio del Titanic, siempre y cuando no seamos nosotros los que nos hundamos en el mismo. Estamos felices de ver los terremotos o las desgracias que les ocurren a otros más allá de nuestras fronteras o más allá de nuestras familias. Sin embargo, nada nos perturbaría más que pensar que vamos a tener un pequeño malestar en el dedo meñique del pie izquierdo.

Esto es un poco lo que yo reflexionaba hace 11 años, sin embargo, también creo que es importante decir y señalar que algo ha ocurrido en estos 11 años que tiene que ver con la reivindicación del dolor del dolor propio como elemento no de estigmatización, sino incluso de de privilegio epistémico, de privilegio político Es decir, asistimos también a un mundo donde hay muchas personas que han convertido su estatus de víctima, sea víctima real o víctima imaginaria, en una posición privilegiada. La posición privilegiada desde el punto de vista epistémico político de quien de quien ha pasado o de quien ha sufrido algo que los demás no.

 

¿Qué herramientas cree que necesitan las persona jóvenes para gestionar el dolor y la frustración? 

Las mismas, las mismas de siempre y las que acabo de mencionar, al dolor innecesario, ni agua, al dolor, necesario pico y pala. Es muy importante entender que el dolor forma parte de la vida, que no es una condición irrelevante. Hay que pasar malos momentos, hay que educarse en ese sufrimiento necesario que todos conocemos y que tiene que ver con el ejercicio de la superación de retos. Hay que saber dolerse y hay que saber también comprender el dolor ajeno. 

Otra cosa son los elementos y dónde ponemos la barrera en la lucha contra este dolor innecesario, tanto en lo que respecto a nosotros como a otras comunidades. Y eso también es una pregunta muy importante, porque es una pregunta, por supuesto, filosófica, pero también una pregunta ética y una pregunta política. Habrá dolores de otros, o quejas de otros que nos parezcan innecesarios, habrá, sin embargo, otros que digamos, bueno, pues esto quizá, ¿Lo voy a dar por bueno, no? Depende.

Pero me gustaría sobre todo recomendar a los estudiantes de esta maravillosa Universidad dos cosas. Primero, que no se olviden de que las humanidades, como en general cualquier conocimiento genuino, se sostienen en la búsqueda crítica de evidencias, es decir, lo que nos hace falta es investigación de calidad, apoyada no en un relato, sino en buenas evidencias, y después el esfuerzo y el sufrimiento que eso conlleva. Es más fácil hacer historias sin datos que tener datos sin historia.