Darlo todo por la imagen

Javier Taschman, de 46 años, lo tiene claro: "la edad no es un número sino una actitud".
Taschman prioriza los ejercicios de brazos y espalda por encima de cualquier otros. “Cuanto más trabajo el tren superior mejor lucen mis tatuajes ya que los concentro justo en esa parte de mi cuerpo”. Protege las palmas de sus manos con esponjas y se cuelga de la barra. Mientras realiza una serie de 12 dominadas, el sudor le resbala por los pocos huecos que le quedan sin tinta.
El post-entreno es una fase clave en su dieta. Transcurridos 45 minutos desde que termina el entrenamiento se dirige al armario donde guarda los botes de proteína para conseguir una rápida recuperación después del ejercicio.
Agua y proteína en polvo con sabor a chocolate y avellanas son el remedio que le permiten aguantar hasta la hora de la comida. “Aunque a muchos les parezcan de los más artificial, los batidos son una opción rápida, saciante y sana de matar el hambre”, dice Taschman.
''Esta es la cuarta vez que me tatúo el pecho y parte de los hombros'', explica Taschman en el estudio de tattos LTW de Barcelona a Saray, la tatuadora, mientras esta le impregnan el pecho de tinta negra.
La cara de sufrimiento de Taschman en plena ejecución del tatuaje. Mira hacia el lado contrario y aprieta el puño para aguantar el dolor. “Este es el problema de tatuar sobre tinta, que el dolor se acentúa casi el doble”, dice Saray.
Taschman contempla orgulloso su lado derecho terminado. Descansa un rato para someterse al “retatuado” del lado izquierdo y reemplazar las calaveras por placas de tinta negras. “Los tattoos son un vicio bueno, no hace daño a nadie y a los que lo tenemos nos encanta ir sumando arte a nuestro cuerpo”, dice.
Saray le limpia la zona tatuada mientras se graba a sí mismo anunciando en Instagram su nuevo pectoral.
Taschman se encuentra a las puertas de la fiesta ‘after’ THE HOME a su amigo Miki, con el que comparte la pasión por los tatuajes y la música techno.
Son las 18:08 y entran los últimos rayos de sol en la sala, que está abarrotada. Taschman contempla desde las escaleras que acceden a la zona VIP el ambiente de la fiesta, a la vez que intenta localizar desde las alturas algún conocido.
Cuando Taschman se separó de su novia hace ocho años, y tras diez años de relación, volvió a vivir a casa de sus padres. Aunque vive independiente en la segunda planta y ha instalado su dormitorio en el segundo y antiguo comedor de la casa. Lo que él mismo llama “La Leonera” por lo desordenado que lo tiene.
Entra a otra habitación en busca de unos pantalones. Aquí también puede verse su adicción por las ‘sneakers’. Durante más de 20 años ha ido coleccionando ediciones limitadas de varias marcas e incluso el mismo diseño en diferentes colores. Todas, tanto nuevas como viejas, terminan amontonadas por los rincones o bien en estanterías.
Taschman dobla unas camisetas para colocarlas en su armario, en el que también apila indiscriminadamente todas sus prendas de arriba.
Taschman anima en un combate de boxeo en Martorell a uno de sus mejores amigos, Leku Vega, luchador semiprofesional. Ambos trabajaron los últimos cinco años de porteros en la misma discoteca. Ahora que Leku dedica su tiempo libre al boxeo y a sus hijas, Taschman encuentra en estas veladas la única forma de verle.
Taschman abraza y besa emocionado a Leku tras ganar el combate.

Javier Taschman, de 46 años, se enfrenta cada mañana a su principal deber: entrenar. Prefiere hacerlo solo y, a poder ser, delante del espejo. En su gimnasio habitual, Anytime Fitness de Terrassa, ha encontrado la sala que más le motiva. Incluso las paredes le transmiten el mensaje que necesita para mantenerse, desde hace 30 años, enganchado a un estilo de vida marcado por el culto al cuerpo.